El Templo de Azángaro fue inaugurado el 17 de agosto de 1824, creado y
edificado por el cacique Diego Chuquiwanca. Denominado como el Templo de Oro
por las brillantes obras pictóricas que hay en su interior y por el decorado en
pan de oro que causa la envidia a cualquier profano de la belleza.
Según la versión de Lizandro Luna la historia de este templo tiene 4 etapas: la
primera con la fundación que hiciera Diego Chuquiwanca hasta su incendio; la
segunda, la reconstrucción y real embellecimiento por el Canónigo López de
Cangas; la tercera, la construcción total hasta 1938, bajo la dirección del
Presbiterio Hilario Velazco y la cuarta, desde 1949 obra concluida por el Padre
Vidal Vargas. Nosotros le agregamos una quinta, que aún no tiene fin, desde que
se cayó la torre.
El primitivo altar era de ladrillo y yeso, construido por los padres dominicos
en 1600. Se encuentra tras el actual altar, está deteriorándose. En 1758 se
inicia el trabajo de transformación. El actual altar tiene hermosísimos
retablos de madera bañado en pan de oro de 14 quilates al mejor estilo barroco,
lienzos de escenas bíblicas de la Escuela Cusqueña, pintados por el maestro
Isidro Francisco Moncada y anónimos indígenas que luego serían llevados a
trabajar en diversos templos del altiplano. Estos trabajos realizados bajo la
dirección de Bernardo López de Cangas, quien fuera párroco hasta 1771 año en
que murió. En la nave principal existen 26 pinturas entre cuadros murales y
lienzos. Tiene 2 capillas laterales, la del Rosario y de las Animas. El
tabernáculo es de planchas de plata repujada, el retablo mayor de pan de oro.
Al centro se encuentra ubicada la imagen de la Virgen de la Asunción que se
venera el 15 de agosto; fue traída de Barcelona.
En 1936 Don Hilario Velazco, presbítero de origen español, llega a Azángaro y
al ver tan bello templo tomó como objetivo principal, su reconstrucción; lo que
logró en 4 años: reforzando sus cimientos y construyendo inmensos soportes
laterales para evitar su caída. El 15 de agosto de 1949 se inicia la construcción
de su actual fachada, bajo la tutela del padre Vidal Vargas y el proyecto y
construcción del arquitecto, de gran recordación, don Leonel Velarde.
La Torre construida de barro, refaccionada en 1885 por el Coronel José María
Quiñones Lizares. En su interior estaba ubicada una campana llamada María
Asunta, única en su género en Puno; fabricada por Felipe Córdoba el 27 de julio
de 1793, el mismo que fabricó la María Angola del Cusco. Lamentablemente, el 04
de marzo de 1997, la Torre se derrumbó.
Fue reconstruida; se volvió a caer el 23 de junio de 1998. Hasta ahora no se
inician los trabajos de reconstrucción.
Y lo que es peor, a fines de junio del 2004 el templo ha sufrido un grave
asalto, han sido sustraídos del Templo hermosas reliquias de oro, como cuadros pictóricos
de la escuela cusqueña, y otros grandes tesoros que guardaba en su interior.
Pero esa historia está en manos de los Azangarinos de estos tiempos, que ya ha
comenzado pero que no se sabe cuándo va a terminar… (Prof. Zenón Mayta Mollisaca)…
Tomado de la Revista Aswan Qhari
ResponderEliminarFelicitaciones a Zenon por difundir esta "Historia", hay que aclarar que fue escrita por Bruno Medina Enríquez, publicada en la revista Aswan Qhari, en 1999, con ocasión de la primera caída de la torre y luego publicada en la Web de la "Revista Aswanqhari" de donde fue copiada textualmente. Hecho valorable por respeto al autor.
ResponderEliminarFelicitaciones a Zenon por difundir esta "Historia", hay que aclarar que fue escrita por Bruno Medina Enríquez, publicada en la revista Aswan Qhari, en 1999, con ocasión de la primera caída de la torre y luego publicada en la Web de la "Revista Aswanqhari" de donde fue copiada textualmente. Hecho valorable por respeto al autor.
ResponderEliminarFelicitaciones a Zenon por difundir esta "Historia", hay que aclarar que fue escrita por Bruno Medina Enríquez, publicada en la revista Aswan Qhari, en 1999, con ocasión de la primera caída de la torre y luego publicada en la Web de la "Revista Aswanqhari" de donde fue copiada textualmente. Hecho valorable por respeto al autor.
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